Un siglo de amor y fe
Unas manos siempre ingeniosas para preparar sabrosos platos y postres deliciosos; un espíritu inquebrantable a pesar del paso del tiempo; deseos chispeantes de vivir, de conocer, de reír, sin importar cuántos menús de lágrimas le hubiera presentado la vida...

Unas manos siempre ingeniosas para preparar sabrosos platos y postres deliciosos; un espíritu inquebrantable a pesar del paso del tiempo; deseos chispeantes de vivir, de conocer, de reír, sin importar cuántos menús de lágrimas le hubiera presentado la vida...
Un corazón hospitalario y una mente activa, llena de recuerdos entrañables de su gente; una fe constantemente reafirmada, un amor incondicionalmente brindado...
Esas características, junto a otras que fácilmente nos tomarían cuartillas escribiendo, definían a Marta Pura Ferreiros Barrios.
Adventista, porque siempre la caracterizaba la insistencia en esa esperanza de que Cristo volverá otra vez. Del séptimo día, porque cada puesta de sol, a lo largo de tantas décadas, se gozaba en recibir el día de Dios, mientras cantaba Más Allá Del Sol o Jerusalén, Mi Amado Hogar. Y es que en una misma ocasión y de una vez, celebraba la Creación pasada y la bendita esperanza de la creación renovada.
Porque vaya usted a saber si mientras cantaba, alguna que otra vez recordaba a su esposo Porfirio, al que perdió con solo 39 años de edad; y para el cual nunca más buscó sustituto; o sabrá Dios a cuántos seres queridos más, que fueron ausentándose a lo largo de tantos años, como sus hijos Otoniel y Dorcas, tercero y cuarta de sus cinco hijos respectivamente, que ya pasaron al descanso y fueran parte de esa familia afortunada que se completa junto a Noemí, Martica y Eunice, cariñosamente conocida como Yuni.
Cabría preguntar entonces qué cosa es una familia afortunada. Pues... Para decirlo simple, no tiene que ver con cuentas bancarias o contenido en cash en cajas fuertes; tampoco con renombrados títulos ni poder alguno. Tiene que ver con la presencia de Dios.
"El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor", repetía vez tras vez en los cultos o cuando se le preguntara, la ya cada vez más ancianita con el paso de los años, Martica. "En Él estaba la vida; y la vida era la luz de los hombres". Claro, ¿quién podría arrancarle de la memoria ese primer verso bíblico que le enseñaron la primera vez que asistió a un departamento para niños; hace..., ni puedo imaginar cuántos sábados?
De eso se trata ser feliz: amor y luz; luz y amor. Amor de Jesús, luz de Su divina presencia. Con esos ingredientes, Marta tuvo suficiente para luchar junto a su madre Pastora Barrios, quien con sus manos y buen gusto en la costura confeccionara todas las cortinas de los templos adventistas de La Habana por aquel entonces, sacando adelante a sus cinco hijos con sobreesfuerzo diario: madrugando, trasladándose a los municipios cercanos a buscar alimentos, cocinando y haciendo trabajos sacrificados, pero siempre con honra, para la calle.
Su vida pareciera un navío que atravesó diversas zonas de tormenta. La emigración ha separado familias; ha dejado profundas heridas con vacíos irreconciliables en el corazón de tantos ancianos... Es difícil imaginar que hay personas que estuvieron siempre; y que a partir de algún momento, quizás ya no vuelvas a ver.
Pero en el entretiempo, Marta, ya cada vez más Martica, más mínima; cada vez más ancianita y vacilante, débil a veces físicamente, pero con una fe de esas que inspiran milagros enormes, llenaba los días haciendo todo lo que le vino a la mano para hacer, según sus fuerzas: hospitalidad tan dulce y acogedora, graciosas y ocurrentes anécdotas, poesías que hacían reír o pensar; himnos que inspiraban y hacían asomar lágrimas, paseos por toda Cuba; ¡sí señor!; todos los que pudo.
Y en las noches..., esas largas noches de quien no tiene sueño, porque teme que alguna noche ya se alargue demasiado; y prefiere estar alerta, vigilando que la muerte se mantenga lejos..., una misma oración que ya casi el cielo sabría de memoria, se escuchaba en las afueras de su cuarto: "Señor, sé con mis hijos..." -Y los mencionaba nombre por nombre.- "Porque yo quiero estar con ellos cuando tú vuelvas".
Imagino a su ángel guardián tomando nota junto al Espíritu Santo al lado de su cama. Y lo imagino luego sonriendo, cuando poco a poco Dios cumplía su promesa de hacer regresar a Cristo a cada hijo de Martica que anduvo lejos.
Ayer, domingo 27 de abril en algún momento de la madrugada, el ángel guardián de Martica regresó al cielo con una lágrima, no sé decir si de tristeza o de gozo reverente, junto al informe de una tarea terminada. Imagino que en su informe escribió algo así como: "Amó, cuidó, creyó, venció". Fue amada, fue cuidada, fue relevante, fue trascendente." Porque cada vez que alguien brinde alimento, luche por sus hijos, ame y cuide de su familia, de cierta forma, ahí estará su legado.
Ayer en la tarde, durante la inesperada reunión que contó con la presencia de líderes nacionales, familiares y amigos, era como si fuera un culto de sábado más de los de allí de casa; porque todos cantamos Más Allá Del Sol y Jerusalén, Mi Amado Hogar; y se escucharon sus textos bíblicos preferidos. Solo que había lágrimas y más personas de lo habitual...
En fin: esta no es una nota de despedida. Es antes bien una invitación a amar a los demás; y sobre todo a los que tenemos más cerca, como Jesús lo hizo. Es una tarea urgente de decir "te quiero" a los nuestros y hacer lo necesario para demostrarlo, porque es al fin lo único que queda, más allá de nosotros.
Muchos conocimos a Martica, porque casualmente era la abuelita y estaba al cuidado de Dayamí Rodríguez, actual Directora del Ministerio Infantil y del Adolescente; y de su esposo, el pastor Aldo Joel Pérez, nuestro presidente a nivel de Unión.
Sin embargo, toda hermana y hermano en Cristo, sacrificados por los demás, en el cielo son bien conocidos. Diariamente los ángeles hablan de su bondad y de su misericordia; y en aquella mañana única, esperada desde hace tanto, se notificarán al universo sus nombres.
El próximo 29 de agosto de este año, sería la fiesta de cumpleaños número 100 de Martica. No nos queda otro impulso que agradecer a Dios por su oportuna estancia en esta tierra, que nos regaló un siglo de amor y fe.
No acaba esta historia. Se acerca un abrazo enorme...
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